Argos es como Platero; pequeño, peludo, y, en ocasiones, un auténtico borrico. Afortunadamente, a esa tozudez le acompañan otros rasgos que hacen de él un gran compañero de batallas. Es valiente, impetuoso, resistente,… y guapo, muy muy guapo. Claro que, bien pensado, y al igual que las abuelas con sus nietos, creo que con este animal no puedo ser objetiva.
El caso que es estaba el otro día rondando por la hípica, y, al ver la tarde tranquila y las pistas vacías, decidí soltarlo para que se estirara un poco, y aprovechar y tirarle alguna foto. Alguna, terminaron siendo más de cien, casi todas ellas mostrando brincos, carreras y alegrías varias. Y de entre todas, una me llamó especialmente la atención. Era una foto sosa como ella sola, mal encuadrada, con medio caballo cortado, pero con un detalle a su favor; la luz del atardecer sobre el caballo, resaltando de una forma interesante tanto su mirada, como su pelaje.
Así que decidí intentar sacar algo de provecho de la foto, tocándole un poquito los tonos, y reencuadrando la escena. Después decidí deshacerme del fondo espantoso que tenía, oscureciéndolo, pero evitando perder detalles como las pestañas. No me quedó mal del todo, creo:
Y aunque sigo pensando que no me quedó mal, las proporciones no me terminaban de gustar, así que, tijeras virtuales en mano, empecé a cortar y recortar, y a cambiar los encuadres, y cuando por fin dí con uno que me gustó, decidí pasar a blanco y negro.
Es curioso cómo una imagen que me llamó la atención exclusivamente por el color, terminó sin él, y, a mi juicio, para bien.